Cesó lo prematuro.
Y surgió la disección:
lo sucinto enmudece mientras extermina.
Y todo allí, en el silente sofismo,
es aparente:
el causador transpira Ausonios,
la escanda en el baptisterio
refleja inopias.
Yo soy el laberinto frente al abitón.
Mi abitón.
Sin vértigos, los nudos
e incluso mi muelle
podrían semejar sonrojos
sin
color.
Broté al municipio pues
con mis ropajes de espectro.
Todo fue muy sonriente,
aunque también esplín.
Con llagas de colorete y
fuelles de artilugio,
los ciudadanos,
innatos,
aplastaron mi cuesta,
y con indigenismo de plagio
transitaron mi restregón.
Alcé como pude una palabrimujer
que nació quebrada,
en fragmentos de bolitas
de voz.
De vuelta la fui recuperando.
La palabrimujer transmutó en
frasqueta.
Tenía exclusiones, entonces,
acasos e inclusos.